Abel Caballero obtuvo el bastón de mando y la mayoría absoluta para el periodo 2015-2019 gracias a un conocimiento brutal entre el electorado (entre un 85 y un 98% de los consultados sabía quién era, según las diferentes encuestas en papel de aquel año), un porcentaje que ya se había ganado en su primer asalto a Praza do Rei como candidato socialista en 2007, compitiendo contra Corina Porro (PPdeG).
En 2007 y 2011 Caballero fue alcalde pactando con el BNG, pero en ambas oportunidades el alcance de la figura de quien fue ministro de España superó el 90%. Es la clave para un gestor: si nadie te conoce, nadie te vota. Llegando desde la Autoridad Portuaria, donde durante dos años supo mostrar el Puerto a la opinión pública, generando además mucho debate e impacto con las reformas que propuso, Caballero se plantó en cada batalla con las mejores armas: era una cara conocida para el votante y estaba dispuesto a rematar la faena con una política aplastante: la cercanía. Ahora, la situación se mantiene idéntica. Si acaso, la brecha es mayor: lo conoce todo el mundo, esté en Bembrive, en Coruxo o en el límite de Vigo con otros concellos.
En las bancadas opositoras, la realidad es bien distinta. Elena Muñoz parte de una posición de debilidad por méritos propios, deméritos globales de su partido en Vigo y de cuatro años escasamente aprovechados vistas las encuestas: a ella solo la conocen seis de cada diez vigueses cuando tras su primer intento de ser alcaldesa (2015) se manejaba entre el 44% de una encuesta (“Atlántico”) y el 56% de otra (“Faro de Vigo”). En el peor de los casos, en 48 meses de oposición solo ha logrado incrementar su figura entre quienes van a votar al alcalde-presidente de Vigo hasta 2023. Corina Porro, la lista más votada en sus tres candidaturas (2003, 2007 y 2011), peleó hasta el último voto contra la alianza de socialistas y nacionalistas (14-13 perdió en 2007 y 2011), pero esgrimiendo una penetración entre la ciudadanía de un 98%. Muñoz, en cambio, está demasiado lejos del vigués. No la conocen. Añadir que Feijóo parece haber arrojado la toalla con Vigo solo es un punto más en contra de la lista popular.
Así, en estas elecciones y más que nunca, el titular es todos contra Caballero. El alcalde, con una mayoría imponente, es el favorito con o sin encuestas. Y sigue aventajando al resto en presencia en la calle, donde se gestionan los votos, donde está el ciudadano, donde la cercanía suma apoyos, frente a una oposición casi desconocida. Sorprende que el candidato de Marea, Rubén Pérez, que se maneja de forma excelente en las redes sociales, apenas viva en la mente de los votantes -lo que sigue indicando que hay más vida que internet o, como poco, que hay otras opciones-, mientras que el BNG aspira a regresar al Concello con nuevo candidato (Pérez Iglesias), el cuarto en cinco convocatorias este siglo, que ni por asomo alcanza el grado de conocimiento que obtuvo Santi Domínguez en 2007 (59%) o en 2011 (80%).
Así, cuando el favorito al cuarto mandato consecutivo arrasa, a sus rivales solo les queda tirar de siglas (PP, BNG, Marea) para intentar contrarrestar la imagen de Caballero, que consiguió unos resultados espectaculares cuatro años atrás cuando el PSOE estaba de capa caída y que puede romper todos los récords de unas elecciones democráticas en Vigo este domingo. La oposición lo tilda de populista. En 2015, en cambio, 73.533 votantes estimaron que era la mejor opción y le concedieron la mayoría absoluta. La cuestión, entonces, parece ser otra. Por ejemplo, qué pasará con Elena Muñoz si se da de bruces con otro trompazo histórico, peor incluso que el de 2015.